En un cuarto de hotel

—Y si no lo dejo ir? ¿Qué harás entonces? —Hyeon tenía los ojos enrojecidos, pero no por furia. Por dolor.

—Entonces… tú pagarás las consecuencias —Miyeon se giró hacia la puerta—. No hay lugar para alguien como tú en la vida de nuestro hijo. Recoje tus cosas y lárgate. Mandaremos a limpiar tus feromonas del apartamento.

Una vez que la puerta se cerró, Hyeon se dejó caer de rodillas.

Todo su cuerpo temblaba. Pero no por miedo.

Por impotencia.

Por el grito ahogado de Ren.

Y por una promesa que no sabía cómo cumplir…

Media hora después, el edificio de la Unidad de Cuidados Omega olía a desinfectante ya frío metálico. Ren estaba sentado en una camilla blanca, con la bata mal cerrada en la espalda y las manos apretadas entre sí. Sentía que le habían arrancado la piel.

Una doctora, con gesto neutral, revisaba los informes.

—El paciente presenta claras señales de apareamiento —dijo, sin siquiera mirarlo—. Mordidas recientes, marcas de contacto alfa. Confirmado.

Los ojos de Ren se llenaron d
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