El silencio era casi absoluto.
El cuarto se mantenía sumido en una penumbra espesa; las cortinas estaban corridas hasta el último pliegue y el aire olía a resto de sangre y humedad mezclada con el aire fresco que se colaba por debajo de la puerta.
Hyeon no había cerrado los ojos en toda la noche. Seguía muy preocupada.
Seguía allí, abrazado al cuerpo inmóvil de Ren, con la frente apoyada en su nuca y los labios rozando apenas su piel fría.
Cada tanto se inclinaba a escuchar su respiración… pero lo único que escuchaba era el silencio.
El corazón de Ren ya no latía.
Y aún así, algo en su interior le decía que seguía vivo.
—Vamos, amor… despierta… —susurró por enésima vez, acariciando su cabello con manos temblorosas—. No me dejes solo otra vez…
El tiempo parecía haber sido detenido.
Hyeon repasó mentalmente todo lo que había ocurrido: el cuchillo, el grito de Thiago, la sangre, la desesperación.
Si Ren moría otra vez… si lo perdía de nuevo después de mil años de búsqueda… él mismo se de