Capítulo 4
En medio de aquel delirio doloroso, mis recuerdos con Juan vinieron a mí como escenas de una película.

No siempre fue así conmigo.

Él era el hijo bastardo que todos despreciaban, y hubo un tiempo en que era el saco de boxeo de los jóvenes ricos.

Mi abuelo y yo lo encontramos medio muerto en un callejón, y lo llevamos a casa para darle su primera comida caliente en días.

Mi abuelo no pudo evitar sentir lástima cuando lo vio, magullado y sangrando, intentando ordenar con torpeza los cuadernos que le habían destrozado.

Yo era la temida líder de nuestra pandilla infantil, por lo que, bajo mi protección, nadie volvió a ponerle una mano encima.

Gracias a esto, fuimos inseparables hasta la universidad.

Incluso había encontrado su secreto: mi nombre garabateado en los márgenes de sus cuadernos.

Sin embargo, todo cambió cuando Ana, otra becada por mi abuelo, llegó a nuestra universidad. Esa muchacha rápidamente se convirtió en una sombra para él.

Poco a poco, su conexión de «pobres y
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