El fuego en su cuello la consumía.
Oriana apretó los dientes, su cuerpo se sacudió con un espasmo mientras el collar ardía contra su piel. La energía vibraba dentro de ella, como un río contenido a punto de desbordarse. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba con dificultad, y en su interior, algo despertaba.
Las sombras que habían invadido el espacio se disipaban poco a poco, como si temieran lo que acababa de ocurrir. La habitación aún estaba impregnada de la tensión de la batalla. El eco de la presencia oscura seguía ahí, latente, observándolos.
Oriana miró sus manos. No era solo el dolor del collar… era algo más.
Sus dedos temblaban, pero no de miedo. Una corriente dorada danzaba sobre su piel, recorriendo sus venas como si la magia contenida en su sangre finalmente se hubiese liberado. Su mente se sentía más clara, como si las piezas del rompecabezas comenzaran a encajar, pero también se sentía diferente.
—Oriana… —la voz de Gabriel llegó a ella como un eco distante.