— Necesito cambiarme – Eva respiraba hondo, tratando de mantener la calma.
— Tenemos que ir al hospital.
— No voy a ir desnuda, Salvador – se cubrió con la sábana.
— ¿Hace cuánto comenzaron los dolores? – Sara se cruzó de una habitación a otra para buscarle ropa.
— Antes de dormir.
— ¿Comenzó anoche? ¿Por qué no me lo dijiste? – Salvador estaba más pálido que ella.
— Nos dormimos hace unas horas y no creí que fuera algo serio.
— Aun así, por más mínimo que fuera el dolor…
— Comparado con el dolor del parto de Magnolia, estos no eran nada... hasta ahora que son más fuertes… Oh, por Dios… — Eva se aferró al brazo de Sara, que la ayudaba a levantarse.
— ¿Qué ocurre? – Salvador se acercó a ellas.
— ¿Cada cuánto son las contracciones, Señora? – Sara no le prestó atención al hombre.
— ¿Ves que tenga un reloj encima, Sara? – resopló Eva.
— Señora, es importante saberlo.
— Lo sé… Pero cómo quieres que te responda si apenas… Ay… otra… contracción.
— General, pídale a Felipe que prepare el auto