"Eva falleció"

En una pequeña casa blanca, de ventanas azules y puertas de chapa, Eva Larrahona llevaba siete meses encerrada.

Mirando el prado delante de ella, se preguntaba con el corazón pesado ¿Cuánto más tendría que pasar allí? Pagando por cosas que no había hecho.

- Señora, ¿De verdad quiere bajar al pueblo? Aún tengo que terminar de cargar agua del pozo para poder lavar la ropa – Sara resopló – además en su estado y con este calor… 

Con el cabello renegrido recogido en una coleta, Eva suspiró.

- Luego de que termines con el almuerzo – sonrió – Podemos pedirle a Don Felipe que nos lleve

- ¡Está bien! – Sara se secó las manos mojadas en el delantal – pero si vamos, usted exigirá hablar con el General

- Si Julieta vuelve atender el teléfono de Salvador, no me dejará hablar con él

Esa mujer seguía al lado de su esposo y mientras todo continuara de esa manera, nada cambiaría para ella.

- ¡Julieta es únicamente su secretaria! Usted es su esposa, exija hablar con él y dígale de una vez por todas que todo es una mentira de esa mujerzuela – Sara apretaba los puños con fuerza – No puedo creer que el General confiara más en su secretaria que en su esposa

- Sara… - Eva se rascó la frente

Tampoco era como si ese matrimonio se basara en la confianza

Nunca hubo tal cosa entre ellos, al menos no de parte de él

- Es que… Señora, si aún no quiere decirle de su estado, al menos tiene que aclarar todo, aunque sea por teléfono…

- Pero no es necesario que repitas eso una y otra vez – dijo, cansada, de regreso al interior de la casa

Sara insistía en que debía hablar con Salvador, aunque Eva le había dicho que esperaría allí hasta que él averiguara toda la verdad, o hasta que se calmara lo suficiente para poder hablar de todos los malentendidos

Pero en el fondo, Eva no olvidaba que, desde un principio, Salvador no le dio ninguna oportunidad de explicarse mientras la acusaba de serle infiel con Mauricio.

O cuando tiró delante de ella el informe en el que Julieta la señalaba como la persona que lo traicionó

Ahí lo entendió: sí, había un error del que debía ser responsable, confiar en Julieta.

Cada línea de ese informe, era una patada directo a su estómago.

En un principio, Eva creyó que podría aguantar un tiempo allí, con la esperanza de que Salvador volvería por ella al descubrir que nada de todo eso era verdad.

También había creído que todos los malentendidos sobre ella habían quedado atrás cuando dejó la vivienda de la familia Larrahona, pero al parecer, su origen la condenaría a ser juzgada eternamente.

“Eres igual a tu madre” le había dicho Salvador

Y eso seguía resonando en su interior

- Sara, ¿De verdad tiene sentido acusarme de ser infiel solo porque mis padres tuvieron una aventura? – le preguntó, intrigada

- No, Señora, usted no tiene la culpa de los errores de sus padres – Sara la miró con pena - Quizás, su matrimonio con el General… fue una mala decisión desde un principio

Eva volteó hacia ella, con ojos húmedos

- ¿Qué más podía hacer? – dijo, acariciando su vientre abultado

Cuando su padre la obligó a aceptar ese matrimonio para salvar su carrera política, ella no pudo oponerse.

Aunque los rumores dijeran cosas aterradoras de Salvador, como que era un militar desalmado, insensible, egoísta y sanguinario.

Sara no se sorprendió: - ¿Cómo más se casaría con un hombre quince años mayor? – murmuró

Para Eva, la edad de su esposo nunca había sido un dilema, pero últimamente no podía evitar sentir que era injusto que, luego de renunciar a toda su juventud, terminara encerrada allí.

Había firmado el acta de su matrimonio con Salvador, el mismo día que cumplió sus dieciocho años

- No fue tan malo – le dijo a Sara con un nudo en la garganta

Salvo por la manera en que Salvador la trató luego de que Julieta lo pusiera en su contra, el resto de su matrimonio había tenido cierta armonía.

- Iré a terminar con el agua – Sara la dejó en la habitación

Eva volvió a posar la vista en el exterior, a través de la ventana

Había abandonado sus estudios y sus sueños aquella noche en que se casó con él, y con la frente en alto, se subió a la camioneta que la recogió del registro civil para cumplir con sus deberes como esposa en un asentamiento militar precario, con frío, miedo y dolor.

Y lo único que había recibido a cambio, eran las críticas y amenazas de Julieta.

“Salvador no puede cuidar de una niña como tú, sal de su camino antes de que termines perjudicándolo” le había dicho Julieta cuando anunciaron su matrimonio

¿Cómo no se dio cuenta en aquel momento? 

Sintió una puntada en la parte baja de su abdomen y todo su cuerpo se tensó con el dolor. 

Grito, sostuvo su vientre con ambas manos y Sara, que era la única mujer que la acompañaba, entró apresurada. 

- Señora, ¿Está bien? – preguntó viendo como Eva se retorcía 

- La bebé – dijo con dificultad – creo que… quiere nacer 

La mujer se congeló – El General aún no viene… intentaré llamarle 

- ¡No hay tiempo para ir hasta el pueblo!

- ¡Don Felipe aún no llega!

- ¡Sara! – gritó, consumida por el dolor – Es hora 

- ¡Sí! ¡Es hora de que le digamos al General! 

- ¡No, Sara! Es hora de que mi hija nazca – logró levantarse, encorvada. 

El viaje al pueblo más cercano era de dos horas en automóvil y solo Don Felipe, el aguatero, sabía distinguir la huella que hacía de camino para cruzar el prado. No había tiempo. 

Eva podía sentir la presión contra su entrepierna y la forma en que su útero se contraía 

Se escuchó el chirrido de la puerta de entrada

- ¡Don Felipe! – Gritó Sara desde la puerta de la habitación – ¡Don Felipe! 

Pero en lugar de aparecer ante ellas el anciano que iba una vez a la semana a proveerlas de agua potable, apareció un joven de cabello castaño. 

Mauricio se paró delante de ellas, ocupando todo el espacio de la puerta abierta. 

Sara retrocedió al reconocerlo 

- ¿Qué… qué hace usted aquí? – tartamudeó Sara 

- Puedo ayudarte, Eva – el joven ignoró a la empleada 

- ¡Vete! – Eva entró en pánico

El dolor la aturdía, pero aún conservaba algo de cordura y lo que menos necesitaba en ese momento, eran más problemas. 

Salvador ya creía que ella le era infiel con él, si se enteraba de que Mauricio la había encontrado allí, donde él mismo la había encerrado, no podría recuperar la relación con su esposo nunca más. 

- Sara, corre, pide ayuda – le suplicó Eva con la frente llena de sudor y las manos frías 

- Sara, dile la verdad – intervino Mauricio 

La mujer tembló y cayó de rodillas 

– Lo siento, lo siento – lloró - El Señor… envió los papeles del divorcio hace unas semanas

Eva se ayudó de las paredes para caminar hasta ella, al lado de la puerta, sintiendo como si hubiera sido atropellada por un camión. 

- Salvador y Julieta anunciaron su compromiso ante la familia Domoniccie la semana pasada – terminó Mauricio. 

- Oh… - con alma destrozada, Eva miró a Sara a sus pies. 

- ¡Señora! – Sara levantó una palma ensangrentada en estado de Shock. Siguiendo la mirada de Sara, Eva vio un charco rojo debajo de ella. 

¿Sara sangraba? No, era ella. 

La sangre se deslizaba a lo largo de sus piernas 

- ¡Tu bebé corre peligro! – Mauricio la levantó hasta la cama 

La vida se empeñaba en enseñarle con una lección tras otra, lo profundo que las desilusiones escarban en la decepción. 

¿Pedir que todo malentendido con su esposo acabara fue demasiado? ¿Debió conformarse con aquel año y medio que convivieron? 

Tal vez debería aceptar todo aquello de una vez por todas.

- Te daré lo que quieras - apretando con fuerza el brazo de Mauricio, Eva lo miró con los ojos rojos - pero salva a mi hija 

- Te quiero a ti Eva 

- Me tendrás Mauricio, pero salva a mi hija – su voz se quebró – te lo suplico 

Por el momento, tomaría la vida con coraje, como su hija necesitaba, aunque tuviera que suplicar. 

Sin perder tiempo, Mauricio gritó algunas indicaciones a Sara y levantó la falda del vestido de Eva 

Mientras todo se oscurecía, Eva escuchó a lo lejos el llanto que llega con la vida. 

Aliviada, dejó de luchar contra el cansancio y el dolor y cerró los ojos, alejándose de esa realidad

Estaba cansada de esperar y del dolor que se acumulaba en su interior con cada injusticia. 

- ¿Cómo está la Señora?– susurró Sara, envolviendo con una manta celeste a la pequeña que dormía luego de tomar la leche que Don Felipe buscó

- Agotada, pero estará bien – le respondió Mauricio

- ¿Cómo supo que lo necesitaríamos hoy? – Don Felipe lo cuestionó

Aunque no estaba de acuerdo con la manera en que el General trataba a Eva, mantenía distancia con Mauricio.

– Me enteré de que estaban aquí ayer por la mañana, tenía el maletín del trabajo en el auto porque vine en cuánto salí de la clínica – respondió Mauricio

- ¿Condujo hasta aquí? – Felipe había usado el auto de Mauricio para buscar leche y tenía más de medio tanque de combustible, un viaje así lo habría dejado sin nada

- Menudo viaje ha sido, por poco y no llego al pueblo, me quede sin combustible en la autopista, pero encontré una pareja en un puesto de maíz, me cambiaron un par de bidones de combustible por todo lo que tenía en la billetera - suspiró – Sara, pásame a la niña, déjame revisarla. 

Sara aprovechó para quitarse el delantal manchado de sangre y fluidos. 

El ruido de un helicóptero a lo lejos, cortó el silencio que reinaba en medio del campo. 

Mauricio miró a Sara con ojos filosos 

- Parece que tu Señor es muy oportuno 

- ¡Yo no le dije nada! 

- ¡Yo tampoco! – agregó Don Felipe

- Demasiadas coincidencias ¿No? – los cuestionó 

- Señor Mauricio, lleve a la Señora lejos de aquí, si el General la ve con usted, ¡La matará! – las palabras de Eva resonaban en los oídos de Sara

Eva era una mujer de palabra, y si había dicho que se entregaría a Mauricio, la ayudaría a salir de allí, de todos modos ¿No la acusaban de tener un amorío con él desde mucho antes? 

Mauricio hurgó en su maletín, sin perder la calma: - ¿Tienes un lugar para esconderme? 

- En la despensa hay una compuerta que lo lleva por debajo a un granero a un kilómetro y medio de aquí – explicó Don Felipe – yo guardé su auto allí, puede esperar hasta que el General se vaya, es seguro 

- La Señora morirá – les dijo Mauricio, y ante la confusión de ambos, les explicó – lo que acabo de inyectarle nos ayudará a disminuir su ritmo cardiaco hasta que sea imperceptible y me  dará tiempo para sacarla de aquí de una vez y para siempre – se dejó guiar por Felipe hasta la despensa, seguidos por Sara 

- ¿Qué haremos con la niña? – preguntó Sara

Mauricio se detuvo un momento mirando a la pequeña. 

- Don Felipe te ayudó en el parto del bebé, pero Eva falleció, no pudieron salvarla, porque en esta pocilga en la que Salvador tiró a su esposa, solo había un maletín de primeros auxilios y nada más – Mauricio cerró la escotilla del escondite a la vez que Salvador irrumpía en el lugar con una decena de hombres uniformados.

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