40. El mal asecha
No es su hija.
La niña de la que hablaba este orfanatorio no es Esperanza.
El corazón de Gladys ni siquiera salta por la fatal decepción. Nada se compara con lo que en estos momentos experimenta. De por sí la pequeña niña es hermosa, muy linda, pequeña y de cabello rubio, Gladys se va hacia la pared para permitirles a las personas el paso, e incluso doliendo, la mira. Gladys se lleva las manos hacia los labios.
—¿Gladys? —Fabiola y Priscila se acercan a los segundos para hablarle y es Fabiola quien se emociona un poco al creer que la han encontrado—. ¿Sí es?
—No…—Gladys se agacha, abrazando su cuerpo—. No es mi bebé. No lo es. Ella no es mi bebé. ¿Dónde está mi niña? ¿Dónde…? —los sollozos no la dejan hablar. Priscila ahora lo comprende porque la reacción de Gladys quiebra su corazón.
Priscila también se agacha, abrazando a Gladys y quien corresponde al abrazo con un llanto doloroso.
—¿Mi sobrina está desaparecida?
—No sé dónde está —habla Gladys, devastada—. No sé dónde está mi niña,