Alexander despertó con la respiración acompasada de Elena contra su pecho. El primer pensamiento que cruzó su mente fue una mezcla primitiva de orgullo y ternura… pero sobre todo posesión. Había un peso cálido sobre él, una pierna de ella cruzada por encima de su cadera, un brazo abrazándole como si inconscientemente reclamara un territorio que ya era suyo desde hacía mucho más tiempo del que ella comprendía.

Abrió los ojos lentamente, y entonces lo vio.

El anillo.

Brillando en su dedo como si hubiera sido fundido con luz y no con metal. Como si el universo entero hubiera sido diseñado solo para sostener ese instante.

Un hormigueo feroz, dulce y brutal, le atravesó el cuerpo. La mujer que dormía sobre él… la mujer que amaba con un fervor que rozaba lo antinatural… esa mujer fue su esposa y volverá a serlo.

—Perfecta… —susurró, sin poder contener la sonrisa.

No era una palabra. Era un murmullo reverencial. La adoración hecha sonido.

Elena se movió apenas, rozando con la nariz la piel d