Mientras tanto, en la oficina, Elena revisaba algunos documentos. No podía concentrarse del todo. Había algo en el aire, una presión invisible. Julián había insistido en quedarse cerca, cumpliendo las órdenes de Alexander, aunque lo hacía con discreción.
Elena tomó su taza de café, caminó hacia la ventana y observó la ciudad. Las calles se movían con normalidad, pero la normalidad siempre había sido el disfraz del caos.
Su mente regresó al funeral, a Camila, a la nota.
Padre me vigila y está presente...
Desde entonces, Elena había tenido la sensación de estar siendo observada también y que lo único que impedía que se acercaran a ella era la cantidad de personas que cuidaban su espalda. No podía explicarlo. A veces, al girarse, juraría ver una sombra alejarse. O el reflejo de algo que no estaba allí.
Respiró hondo. No podía ceder al miedo o a la paranoia.
Cuando Alexander regresó esa tarde, su semblante era el de un hombre que había sostenido un terremoto con una mano. Elena lo notó ap