El sonido de los tacones resonó por el pasillo de mármol como un eco familiar. Elena estaba en su oficina, revisando los planos del Mirador de Cristal cuando escuchó los murmullos emocionados de los empleados. Sofía entró sin tocar.
— Elena… está aquí.
Elena alzó la vista, confundida.
— ¿Quién?
— Ella.
Antes de que pudiera procesarlo, la puerta se abrió y ahí estaba: alta, elegante, con un aire de autoridad inconfundible. Su jefa. La mujer que había sido más que una guía profesional; su mentora, su ejemplo, casi una madre.
— ¿Qué hiciste con mi empresa, pequeña? — dijo la mujer con una sonrisa cálida, abriendo los brazos.
Elena se levantó de inmediato, sus emociones colapsando en una sola reacción: corrió a abrazarla.
— ¡Pensé que volverías el mes próximo!
— Y dejarte sola con esta jauría de lobos… no, querida. Me fui un rato y ya hasta tienes un conglomerado.
Ambas rieron, pero había una verdad oculta tras esa broma. La jefa observó con atención el rostro de Elena: había madurado, en