Capítulo 15: Nunca le había gritado.
El suelo estaba helado. Las mejillas de Elena ardían donde el piso de mármol rozaba su piel. Un zumbido sordo resonaba en sus oídos, mezclado con los gritos, los golpes y los llantos amortiguados que venían del salón principal. Encima de ella, una bota clavada entre sus omóplatos la mantenía firmemente presionada. Cada respiración le costaba un pequeño suspiro de dolor.
Pero lo que más dolía no era el peso sobre su espalda ni los hombres rompiendo cosas ni de los muebles rotos. Lo que más dolía era la imagen frente a sus ojos: su padre, sentado, impasible, con el ceño relajado, como si el caos que reinaba a su alrededor no tuviera nada que ver con él.
— Papá... — susurró Elena, con una voz quebrada, infantil, rota.
El hombre no se movió. Sus ojos, fríos, se mantuvieron en el horizonte, esquivando el contacto visual, como si ella no existiera. Luego, sin decir palabra, giró su mano lentamente y acarició los dedos de Camila, quien estaba a su lado, temblando en una actuación barata. Cam