La mansión Valdivia brillaba con ostentación. Los candelabros, las escaleras de mármol, los vestidos de gala. Pero entre todo ese lujo, Elena se sentía ajena. Caminaba con lentitud, como si cada paso le pesara más que el anterior. Su madre la saludó con un abrazo fingido.
— Me alegra que hayas venido, hija.
— No sé por qué lo hice, teniendo en cuenta que nunca vengo — responde, con su copa de champan —. ¿Y padre? Desde que llegué aún no lo he visto.
— Por apariencias, claro. Como todos. — La voz de su madre siempre fue fría —. Y él…, no tarda en bajar. Sería mejor que vayas a saludar al resto de la familia.
Camila apareció segundos después, vestida como si estuviera en una pasarela. La miró de arriba a abajo, y fingió sorpresa.
— ¡Qué valiente, Elena! Volver a una cena familiar después de… bueno, ya sabes.
— Gracias por el recibimiento — dijo Elena, sin caer en la provocación.
Camila se inclinó hacia ella.
— Te ves… distinta. ¿Las cicatrices las cubres con maquillaje, o con mentiras?