La cafetería del parque estaba casi vacía. Una suave brisa movía las hojas de los árboles, y el aroma a café recién hecho flotaba en el aire. Elena tenía las manos rodeando su taza, mientras miraba distraída por la ventana. Sus ojos no brillaban como antes, pero en ellos aún se percibía algo… una chispa de voluntad. Desde la última vez que se vieron, habían transcurridos varios días, la cena familiar había sido suspendia y reajustada para ese mismo día a pedido de su madre. Vaya a saber que juegos inventaría ese día. Elena no lo sabría, porque casi nunca asistía, y si lo hace, solo es para ser blanco de burlas.
— Gracias por aceptar venir — dijo Alexander con suavidad, sentándose frente a ella con una sonrisa cautelosa.
— Es solo café — respondió Elena, sin levantar mucho la mirada —. No tienes que agradecer.
Él asintió, comprendiendo que debía avanzar despacio. Llevaba semanas enviándole flores, notas con frases de ánimo, recordatorios sutiles de que estaba ahí. Su insistencia no era