Terry llevó a Paz a la habitación con el cuidado de quien sostiene algo frágil, pero en su interior, la tormenta no cesaba.
En el salón, el ambiente estaba cargado de tensión. Deborah se abrazaba a su madre con desesperación, mientras su padre intentaba calmarla.
—¡No la soporto! —sollozó, con la rabia destilando de su voz—. Papá, ella me quiere robar otra vez a Terrance.
El eco de unos pasos firmes se escuchó en la estancia.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, Terrance irrumpió como un vendaval y, sin previo aviso, su puño aterrizó en el rostro del señor Leeman con un golpe seco.
El hombre apenas tuvo tiempo de procesar el impacto antes de caer pesadamente contra la mesa.
—¡Terrance! —chilló Deborah, llevando las manos a la boca.
Pero Terry apenas le dirigió una mirada antes de soltar con frialdad:
—¡Váyanse de aquí!
Su tono no admitía réplica, pero Deborah no estaba dispuesta a ceder.
—¡Terry, no puedes hacer esto! Olvidas que nos casaremos… ¡Que tendremos un bebé!
Terrance la m