Paz temblaba mientras sujetaba su teléfono con fuerza, su respiración entrecortada y las lágrimas cayendo sin control.
Desesperada, marcó el número de Randall, su última esperanza.
Su voz sonó rota, como si el peso de su mundo se derrumbara.
—¡Randall! —exclamó, su voz entre lágrimas—. Por favor, ayúdame. Terrance quiere hacer pruebas de paternidad a mis hijas… ¡Quiere quitármelas! Haré lo que sea, Randall… lo que sea, si lo detienes… incluso… incluso puedo ser tu amante.
Un silencio helado cayó entre ambos.
Paz sintió que el tiempo se detenía mientras esperaba una respuesta.
Por un momento, su propia oferta la hizo sentirse más desesperada, más perdida.
¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar?
—Paz, no digas tonterías. —La voz de Randall era grave, pero tenía un dejo de ternura—. Dime dónde estás. Voy a ayudarte, no tienes que pagarme nada.
Paz no respondió.
Cerró los ojos con fuerza y cortó la llamada, dejando caer el teléfono sobre el escritorio.
Las lágrimas continuaron fluyendo, y