Paz llegó a casa con el corazón martillándole el pecho.
Apenas cruzó la puerta, un nudo sofocante le cerró la garganta y se desplomó en el suelo, sollozando sin control.
Sus manos temblaban al cubrirse el rostro, su respiración era errática, rota.
La idea de perder a sus hijas la estaba destrozando.
Se obligó a levantar la mirada, sus ojos empañados recorrieron el lugar en el que había intentado construir una vida lejos del infierno que una vez conoció.
Pero ahora... ahora todo volvía a derrumbarse.
—¡No voy a perderlas! —susurró con furia.
En su mente resonó el nombre que quería odiar con toda su alma.
Terrance.
Ese hombre le había arrebatado todo.
Su dignidad. Su libertad. Su amor.
Y ahora quería quitarles a sus hijas, lo único que la mantenía viva.
—No —murmuró con una determinación temblorosa—. No voy a permitirlo.
Se puso de pie de golpe y corrió a la habitación.
Sus manos se movían frenéticas, arrojando ropa en una maleta sin orden ni lógica.
Luego sacó los documentos más importa