Al volver a casa, las gemelas corrieron a recibirlos, con sus risas cristalinas llenando el ambiente.
—Tengo hambre, mami, ¿puedo comer pastel? —preguntó Mia con sus ojitos brillantes.
Paz sonrió con ternura.
—Bueno, papito, que hoy es nuestro esclavo, hará la cena, así que pueden pedir toda la comida que quieran.
Terrance arqueó una ceja, luego sonrió divertido.
—¿Esclavo? Bien, seré lo que mami quiera que sea… pero ¿será posible que papito tenga dos mini ayudantes?
Las gemelas chocaron sus manitas con emoción y asintieron enérgicamente.
—¡Somos ayudantes de papi!
Corrieron con él a la cocina, dejando a Paz sola en la sala.
Suspiró y tomó su teléfono, pero en cuanto leyó el último correo recibido, un escalofrío recorrió su cuerpo.
«Hola, hermosa.
Veo que nunca renunciarás a tu proyecto Zero, ¿verdad? Bien… entonces juguemos un juego.
Estoy loco por ti. ¿Podrás encontrarme antes de que yo llegue a ti?»
Paz sintió un nudo en el estómago.
Su mano tembló levemente mientras reenviaba el