POV de María
Después de la intensa sesión de entrenamiento, Frank se volvió inquietantemente silencioso, casi hasta el punto de ser ensordecedor. Su repentino mutismo me dejó incómoda.
No podía evitar sentirme frustrada conmigo misma. La excusa de la “suerte de principiante” resultaba absurda; mi postura, mi conocimiento y mi puntería estaban a un nivel avanzado, quizás superior al de la mitad de los aprendices presentes.
Aunque seguía siendo una niña la última vez que entrené, siempre destaqué en un área: la puntería, el único aspecto del que mi padre se enorgullecía.
Se suponía que debía ser la esclava ingenua, inocente y pobre, pero no podía resistirme a mi inclinación por el tiro con arco. Habían pasado años desde la última vez que sostuve un arco y una flecha, pero la atracción que ejercía sobre mí seguía intacta en mi mente.
En un intento torpe por iniciar conversación, solté de pronto:
—Vaya, ese árbol se ve verde.
Un comentario tonto, sí, pero esperaba romper el silencio extra