JORDÁN
El momento en que sucedió, lo sentí.
Un pulso violento desgarró la noche — crudo, ancestral y vivo. Era como si la tierra misma hubiera gritado. Los lobos alrededor del campamento cayeron de rodillas, aullando en confusión. Los árboles se inclinaron bajo una presión invisible, y la luna sobre nosotros parpadeó en carmesí por un solo latido.
Luego llegó el silencio.
Un silencio inquietante, antinatural, que arañaba mis instintos.
Me quedé helado a mitad de paso, mi mano apretándose sobre la empuñadura de mi espada.
—Dafne... —susurré su nombre como una oración, y mi lobo se agitó inquieto dentro de mí. Su voz retumbó en mi mente— Nos está llamando.
El pecho se me tensó.
Lo último que recordaba era verla caer —desaparecer en ese abismo de sombras después de la traición de Eleonora y Claudia. Durante días había estado buscando entre las ruinas del templo de la bruja, destrozando cada cueva, cada rastro de su aroma. Pero ahora, algo había cambiado.
Su olor —débil, puro, y