DAFNE
Lo primero que sentí fue frío. No el tipo que muerde la piel, sino el que se arrastra hasta el alma y se queda allí.
Mi aliento salía en nubes blancas. Mis manos temblaban mientras me incorporaba del suelo agrietado. No era tierra lo que había debajo de mí… era vidrio. Un vidrio interminable y fracturado que reflejaba fragmentos de un cielo roto.
—¿Jordán? —susurré, con la voz débil, resonando en la nada.
No hubo respuesta.
Solo el leve zumbido de algo vivo —el propio aire.
Intenté de nuevo, más fuerte esta vez.
—¡Jordán!
Un gemido llegó desde algún lugar al frente. Me giré y lo vi —tendido, inmóvil, con la camisa rasgada y el pecho levantándose demasiado lento. El corazón se me encogió.
Me arrastré hacia él, las rodillas raspando contra la superficie afilada.
—No, no, no… Jordán, despierta.
Cuando toqué su rostro, sus ojos se abrieron de golpe —brillando carmesí por un instante antes de volver a su oscuro marrón habitual.
Se incorporó de inmediato, agarrándome la muñec