ELEONORA
La noche sangraba rojo sobre el cielo.
La cámara del ritual, bajo la vieja mansión, latía con energía oscura; el aire estaba cargado de incienso y susurros de los condenados.
Las velas ardían negras, con llamas que se torcían como si temieran a las sombras que reptaban por las paredes.
Cloé estaba frente a mí, con el rostro sereno pero los dedos inquietos alrededor del amuleto de su cuello.
Rebeca permanecía a su lado, fingiendo compostura, aunque su corazón latía de forma irregular —podía oírlo—.
—Draco ha tomado el control total del Alfa —dijo Cloé con voz suave, acercándose al altar de obsidiana—.
La manada Luna Roja se inclina ante él ahora.
Tu parte del plan funcionó.
Esbocé una sonrisa leve, aunque mi mente era una tormenta.
—Nuestro plan, querrás decir. No olvides de quién fue la sangre que selló el hechizo.
Sus ojos se movieron hacia mí, afilados y fríos.
—Por supuesto, Eleonora. Pero no finjamos que tú no ganaste algo también.
Rebeca se movió, incómoda