JORDÁN
Mi cuerpo ya no me pertenecía.
Podía sentir mis manos moverse, mis labios curvarse, mi respiración salir en ráfagas agudas… pero no era yo quien daba las órdenes.
La energía oscura de Draco se deslizaba por cada vena, obligando a mis músculos a obedecerle. El mundo a mi alrededor se apagaba, como si un velo de humo me separara de todo lo real.
El patio de la manada Luna Roja estaba en silencio, el aire espeso de miedo.
Los lobos inclinaban la cabeza, sintiendo algo antinatural en su Alfa.
No sabían que no era realmente yo quien estaba frente a ellos.
—Alfa Jordán —dijo Teo con cautela, su tono firme pero incierto—. ¿Convocó una reunión tan temprano?
La voz de Draco salió de mi boca: profunda, fría, cruel.
—La manada se ha vuelto débil —dijo, apoyando la mano sobre el borde de la mesa—. Se ha olvidado la disciplina. La restauraremos… empezando hoy.
Dentro de mi mente, grité.
¡Teo, no soy yo! ¡No le creas!
Pero mis palabras nunca alcanzaron el aire.
El lobo de Teo