DAFNE
El mundo estaba en silencio cuando desperté.
Demasiado silencio.
Sin viento. Sin latidos. Sin sonido, excepto el lento goteo del agua en algún lugar lejano.
Por un momento, pensé que estaba muerta — flotando en algún vacío interminable donde el dolor no existía.
Pero entonces lo sentí…
Un latido. No el mío. El suyo.
—Jordán…
Mi voz salió ronca, frágil, como si no hubiera hablado en siglos. Intenté moverme, pero mi cuerpo se sentía más pesado, más frío. Mi piel ardía, y aun así, la escarcha se aferraba a mis dedos.
Parpadeé, forzando mis ojos a abrirse. El mundo cobró forma — pero no como antes.
Todo era más claro. Más nítido. Podía ver las venas bajo la piel de Jordán, las hebras plateadas en su cabello oscuro, el débil pulso en su cuello.
Podía oír a los miembros de la manada afuera, susurrando mi nombre como una maldición.
—¿Sigue viva?
—Tal vez ya no sea ella…
—Mató la maldición del Alfa… pero ¿a qué precio?
Las palabras me atravesaron como cuchil