JORDÁN
El momento en que Dafne me tocó, la luz estalló entre nosotros — y entonces todo quedó en silencio.
La oscuridad que me había envuelto como cadenas desapareció. Los susurros cesaron. El dolor se desvaneció.
Pero cuando abrí los ojos… ella ya no estaba.
No desaparecida — sino inmóvil.
Yacía en mis brazos, su cuerpo temblando, los ojos abiertos pero sin ver. El aire a su alrededor brillaba débilmente, el dorado de su aura parpadeando como una vela moribunda.
—Dafne —susurré, sacudiendo suavemente sus hombros—. Oye… vuelve conmigo.
Sus labios se abrieron, pero la voz que salió no era la suya.
Era más grave, más afilada — antigua.
—Por fin… un recipiente digno.
Mi corazón se detuvo. —No…
Sus pupilas se dilataron, devorando el azul de sus ojos hasta volverlos negros como la noche. Retrocedí tambaleándome, el desconcierto asfixiándome.
Se levantó lentamente, cada movimiento demasiado fluido, demasiado calculado.
—¿Dafne?
La cosa que llevaba su rostro sonrió — una sonrisa