JORDÁN
Comenzó como un susurro — un leve tirón en el borde de mi mente.
Suave, incierto… pero inconfundible.
Ella.
Dafne.
Durante las dos últimas noches no había dormido. Los sanadores de la manada, los videntes, incluso la vieja bruja del bosque del este me habían dicho lo mismo:
—“Se ha ido, Alfa.”
Pero yo sabía que estaban equivocados.
Aún podía sentirla — esa chispa débil, enterrada bajo el peso de la oscuridad.
Ahora, de pie al borde del bosque, la sentí de nuevo. Era débil y temblorosa, pero estaba allí.
Su latido.
Su aroma.
Su alma llamando a la mía.
—Teo —gruñí, girando bruscamente—. Está viva.
Él se quedó helado, con los ojos muy abiertos.
—Jordán, hemos registrado cada rincón del barranco. Encontramos sangre, tela rasgada, su colgante…
—Está viva. —Mi voz se quebró, un gruñido bajo mezclado con dolor crudo—. La sentí. El vínculo volvió a tirar.
Teo exhaló, frotándose la nuca.
—Incluso si eso es cierto, está entre nuestro mundo y el de ellos. El reino de las