JORDÁN
Estaba ocupado en la oficina con algunos de los informes de la manada cuando escuché alborotos desde la entrada. Reconocí la voz de Doña Dorotea y, por supuesto, la de Teodoro.
Doña Dorotea irrumpió en la oficina con los ojos hinchados. Era evidente que había estado llorando sin parar.
—¡Malcriado, cómo pudiste! —gritó, ajustándose las gafas.
Suspiré profundamente y levanté la vista para mirarla, tratando de parecer fuerte.
—Doña Dorotea, ¿qué está pasando?
—¿Qué está pasando? —me imitó y soltó una risa triste—. Debería ser yo quien te lo pregunte, Alfa Jordán. ¿Es cierto? ¿Es cierto que tu compromiso con Eleonora volvió a reanudarse? Pensé que lo habías cancelado.
—¿Importa acaso? ¿Por qué te alteras tanto por eso, Doña Dorotea? —evité el contacto visual con ella. Por supuesto, ella me había criado y podía saber si mentía solo con mirarme a los ojos.
Negó con la cabeza, incrédula.
—¿Estás ciego o finges no verlo? Sé que tú y Dafne se han enamorado. ¿Por qué querrías casarte co