Dafne
Sentada frente al tocador, no podía dejar de sonreír de oreja a oreja. El Alfa no es tan malo como pensaba, después de todo. En realidad, acababa de salir de su habitación, y me había permitido dormir en su cama mullida y cómoda.
—No es un monstruo, después de todo —murmuré. El hecho de que no me tocara anoche hizo que mi corazón diera un vuelco.
¿Significa eso que ya no volverá a hacerme daño? ¿Qué pudo haberlo hecho decidir perdonarme anoche? ¿No se suponía que yo estaba aquí para darle un cachorro? Muchos pensamientos pasaban por mi cabeza.
—Oh, no te ves tan mal, niña —la voz que vino desde la entrada de mi habitación me sacó de mis pensamientos. Era la señora Dorothy.
De hecho, no me había dado cuenta de que había entrado, tan perdida estaba en mis reflexiones. Giré la mirada hacia ella y sonreí tímidamente.
—Buenos días, señora —alcancé a saludar, apartando la vista. Con la forma en que me miraba, sabía exactamente lo que iba a preguntarme.
Traía una bandeja con una bebida