JORDÁN
Sus ojos se abrieron con asombro e incredulidad. Probablemente no podía creer que la hubiera llamado, no para tener s·xo, sino para que cantara para mí.
—¿Cantar? ¿Quieres que te cante, Alfa? —repitió, y yo la miré fijamente, sin expresión alguna en el rostro.
Apartando la mirada, fingí molestia y rugí:
—¿No quieres cantar para tu Alfa? ¿Prefieres que te folle en lugar de cantar para mí? —intenté sonar tan frío y temible como siempre.
Ella negó con la cabeza, presa del pánico.
—Puedo cantar, mi Alfa. Te cantaré.
A esas alturas, estaba temblando visiblemente. ¿Así de temible me considera? Haría cualquier cosa excepto acostarse conmigo. No la culpo; en la cama no tengo calidez alguna, solo lo hago por la necesidad de obtener un cachorro.
—Bien. ¡Canta! —ordené, señalando el sofá y haciéndole un gesto para que se sentara.
Con duda, se sentó en el sofá, y yo me senté a su lado. Mi presencia la aterraba, lo sabía. Sin embargo, quería que se sintiera libre conmigo. No muerdo… aunque