Diana tenía una sonrisa cínica plasmada en el rostro mientras veía a Helena cara a cara. Era una declaración silenciosa de superioridad, de burla contenida.
Sus ojos la recorrían con descaro, como si cada gesto de Helena fuera una pieza más en su tablero. La cercanía entre ambas tensaba el aire, y aunque nadie hablaba, el duelo ya había comenzado.
Helena no se movió. No bajó la mirada. Sabía que esa sonrisa no era más que una máscara, y que detrás de ella se escondía miedo. Miedo a que la verdad saliera a la luz. Miedo a que el talento, el auténtico, hablara más fuerte que ella.
—Hola, Helena —Rompió el silencio con una amabilidad fingida—. Disculpa mi comportamiento de hace rato. ¿Has disfrutado del desfile?
Helena no habló, y Nicolás tampoco. Ambos no entendían cuáles eran las intenciones de Diana, pero buenas no serían.
—Les quiero dar las gracias por haber asistido —Hizo una ligera reverencia de cortesía—. Sé que hemos tenido diferencias, pero esta noche debemos ser profes