Helena llegó al supermercado junto a su madre. Tenían que hacer las compras, porque faltaba comida.
—Hija, ¿por qué no pasamos primero por el área de frutas? Muero por comerme una manzana —sugirió Sarai, llevando el carrito.
—Lo que mi querida madre ordene —Hizo una reverencia divertida.
Sarai rodó los ojos.
Para Helena, ir de compras al supermercado con su madre era más que una rutina: era un ritual de calma. Entre pasillos llenos de productos y conversaciones triviales sobre qué arroz llevar o si había ofertas en frutas, encontraba una serenidad que pocas cosas le daban.
Su madre caminaba a su lado con esa paciencia que solo los años enseñan, y Helena se dejaba envolver por la familiaridad de sus gestos y la complicidad silenciosa que compartían.
No importaba si el lugar estaba lleno o si la fila era larga. Estar juntas, elegir juntas, reírse por alguna tontería en el carrito… eso le daba paz. Una paz que no se compraba, pero que siempre volvía con ellas a casa.
—Todos te