La sala de espera del hospital olía a desinfectante y ansiedad. Helena apretaba la mano de Nicolás con fuerza, aunque intentaba disimularlo. Él la miraba de reojo, sin decir nada, pero con los dedos entrelazados como si no quisiera soltarla nunca.
Una enfermera se acercó con una carpeta en mano.
—¿Helena Cooper? —preguntó, con una voz amable.
Helena se levantó de inmediato. Nicolás la siguió, sin soltar su mano. Estaban bastante nerviosos los dos.
—Sí, somos nosotros —respondió ella.
—La doctora los espera. Consultorio 3, al fondo del pasillo —señaló.
Caminaron en silencio. Cada paso parecía más largo que el anterior. Al llegar, Nicolás abrió la puerta y dejó que Helena entrara primero.
La ginecóloga los recibió con una sonrisa cálida, vestida con una bata blanca impecable y unos lentes que le daban un aire sereno.
—Helena, Nicolás, qué gusto verlos. Pueden sentarse —dijo, señalando las sillas frente a su escritorio—. Los estaba esperando.
—Gracias, doctora —respondió Helena, acomod