Unos días después, el caos se había disipado. La gente ya no se agolpaba en la entrada, los gritos se habían convertido en susurros, y el edificio volvía poco a poco a respirar.
La policía seguía ahí, discreta, custodiando la entrada para mantener a raya a los reporteros más insistentes.
Las cámaras ya no apuntaban con la misma urgencia, y los vecinos empezaban a salir sin temor a ser abordados.
Helena estaba a punto de subirse al ascensor para ir a su oficina, cuando Karen la llamó.
—¡Helena! Amiga, no me vas a creer lo que vi hace un rato —dijo, con la voz atropellada.
Karen se apoyó sobre sus rodillas para recuperar el aliento.
—¿Corriste con esos tacones? —cuestionó su amiga—. Pudiste haberte caído...
—Pero no pasó, así que escúchame bien —suspiró, tragando saliva.
—Bueno.
Karen se aseguró de no ser vista, mirando en todas direcciones, y analizando la cámara que había en la puerta del ascensor.
Le susurró:
—Es sobre Vanessa… La vi con Mario. Ambos estaban hablando de ti