Helena abrió la puerta de su oficina como cualquier otro día, con una carpeta en una mano y el café en la otra, pero lo que vio la dejó congelada.
Kaito estaba besando a Maikol. No se trataba de un beso rápido ni algún error, era uno real, con lengua incluida.
Se quedó en shock, sin saber si retroceder o fingir que no había visto nada. No entendía cómo habían llegado a eso, pero la vergüenza la atrapó.
Kaito y Maikol se sobresaltaron al verla.
Se separaron de golpe, como si el aire se hubiera vuelto punzante.
—¡Lo siento mucho, Helena! —exclamó Kaito, casi arrodillado, como era su costumbre—. Fui irrespetuoso al hacer algo así en tu oficina. Te pido mil disculpas, y estoy dispuesto a pagar el castigo.
Helena parpadeó.
—L-levanta la cabeza, Kaito. No hace falta que hagas nada —Sacudió las manos al dejar la carpeta y el café sobre la mesa—. No pretendo castigarte.
Se sentó para empezar con su jornada laboral, aunque no podía dejar de pensar en ese encuentro. Maikol estaba