Al día siguiente, Helena estaba a punto de irse al trabajo, se apresuró en arreglarse porque Nicolás pasaría por ella.
Sarai le sirvió el desayuno con la misma delicadeza de siempre, colocando el plato frente a ella con una sonrisa suave y no tardó en notar algo distinto.
Helena comía con apuro.
No era ansiedad exactamente, pero sí una urgencia que no solía tener a la hora de desayunar. Ni siquiera miró bien lo que tenía en el plato.
Sarai frunció el ceño.
—¿Tienes prisa o estás escapando de algo? —preguntó al fin, con los ojos fijos en ella.
Helena se detuvo un segundo y sostuvo el tenedor en el aire.
—Nicolás vendrá a buscarme, se me está haciendo tarde —Miró la hora en su teléfono.
—Ajá, ya veo —murmuró, sentándose frente a ella—. En fin, no puedo creer que estés embarazada, cariño.
La emoción que tenía Sarai hizo parpadear a Helena. Por un instante, no entendía por qué su madre la miraba con tanta intensidad, junto a esa mezcla de ternura, nervios y algo que parecía