Gabriel y Diana llegaron a la gala agarrados de la mano, impecables, como si fueran la pareja perfecta que todos querían imitar, sin saber los problemas que tenían detrás de cámaras.
Los murmullos comenzaron a correr como vino barato entre copas de cristal.
Nicolás los había invitado con una intención clara: devolverles la jugada.
Ellos lo habían eclipsado antes, lo habían hecho sentir como un aprendiz frente a maestros. Pero esta vez, él era el anfitrión.
—Amor, este vestido me queda muy apretado —se quejó Diana, sobando su vientre—. ¿Por qué no había uno más grande?
—Por favor, compórtate esta noche. No quiero pasar vergüenza dentro de la empresa enemiga —le pidió, con un tono frío que le afectó a Diana.
—Mi panza está creciendo, quería que lo supieras… —Bajó la cabeza.
—Lo sé. Puedo notarlo.
Ella rodó los ojos. Últimamente Gabriel estaba más seco, y no sabía si era por lo que sucedió la última vez, que casi perdió al bebé.
Gabriel vio a Helena a lo lejos, entre las luce