Su expresión era, también, la de un felino; imposible de leer para un ser humano. No reflejaba sentimientos. Quizás no los tenía.
-Eres Amira Xémeca, ¿no es así? La hija del rey- confirmó, mientras daba otro paso hacia delante.
-Sólo Amira. El rey no es mi padre- respondió inconscientemente, todavía aturdida- Pero tú… estás muerta.
La mujer inclinó levemente la cabeza hacia un costado como único signo de incomprensión.
-¿Te parece que estoy muerta?- preguntó, mirándola fijamente con sus grandes ojos grises. Amira sintió cómo se estremecía su cuerpo.
-Te vi morir… Shasta te vio morir- se corrigió, observándola con incredulidad de la cabeza a los pies.
Su semblante inexpresivo se oscureció luego de esas palabras, luego de ese nombre. Su cuerpo entero se tensó y su mirada se endureció.
-¿Lo conoces?- le preguntó, con un tono de voz vacilante, casi inseguro. Amira se limitó a asentir con la cabeza, presa del desconcierto, y la mira