REY DE OROS. CAPÍTULO 67. Horas eternas
REY DE OROS. CAPÍTULO 67. Horas eternas
De vuelta en el hospital, el aire olía a desinfectante y ansiedad. Las luces fluorescentes del pasillo parpadeaban débilmente, proyectando sombras largas en las paredes. Alaric caminaba sin rumbo fijo frente a la puerta del quirófano, con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo, mientras el tic—tac del reloj le perforaba la cabeza.
Cedric, que había vuelto con él, se sentó en una de las sillas de la sala de espera.
—Al menos siéntate, idiota. No vas a resolver nada destrozándote los pies.
—No puedo —respondió Alaric sin mirarlo—. No puedo descansar hasta que la vea abrir los ojos.
El silencio se hizo pesado. Solo el sonido lejano de un monitor cardiaco llenaba el aire. Cada tanto, una enfermera pasaba apurada, ignorándolos por completo, y eso lo desesperaba aún más.
Lorenzo iba y venía con tazas de café para todos, y Frank trataba de calmar por teléfono al resto del equipo, o de lo contrario tendrían a más de cincuenta personas en aquella