REY DE OROS. CAPÍTULO 17. Complicidad.
REY DE OROS. CAPÍTULO 17. Complicidad.
Costanza despertó a media noche con un rugido en el estómago tan dramático que casi pensó que había un oso metido bajo la cama. Se incorporó confundida, estirando los brazos como una gata perezosa, y se dio cuenta de dos cosas a la vez: primero, no tenía la menor idea de dónde quedaba la cocina en esa mansión que parecía no terminar nunca; segundo, Alaric no estaba a su lado.
“Wow, dos días casados y este hombre no ha hecho ni el primer intento”, murmuró frotándose los ojos.
Se levantó tambaleante y salió al pasillo medio dormida, con el cabello enmarañado y los pies arrastrándose, como un fantasma en pijama. El silencio de la mansión era tan solemne que hasta el crujido de la madera bajo sus pasos le pareció un trueno. Estaba convencida de que iba a encontrar la cocina por instinto —total, la comida siempre la llamaba como faro en la oscuridad— hasta que, de repente, un sonido la despabiló de golpe: gemidos. Claros, intensos, inequívocos.
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