REY DE ESPADAS. CAPÍTULO 48. Vergüenza
REY DE ESPADAS. CAPÍTULO 48. Vergüenza
Tristan llegó al hospital sin recordar del todo cómo había conducido hasta allí. Todo el trayecto se le había borrado de la cabeza, como si su cuerpo hubiera funcionado en piloto automático. Solo conservaba esa presión en el pecho que le cortaba el aire y el sabor metálico del miedo en la boca. Aparcó torcido, sin pensar, y entró en el edificio casi tropezando con la puerta giratoria.
—Busco a Callyope Davenport —dijo al llegar al mostrador, con la voz ronca, el rostro pálido y los ojos inyectados de preocupación.
La recepcionista, una mujer de unos cincuenta años que parecía haberlo visto todo, lo miró de arriba abajo con una expresión que mezclaba curiosidad y cansancio. Tecleó algo en la computadora y, sin levantar la vista, respondió:
—Habitación ciento doce, segundo piso.
Tristan asintió sin agradecer siquiera. Tenía el pulso acelerado y las manos le temblaban. Caminó con pasos largos, los hombros tensos y la garganta seca, como si cada lati