El aroma del café recién hecho impregnaba la cocina, Amanda y Vittorino se encontraban uno frente al otro, conversando en un tono bajo, todavía lidiando con la tensión de la noche anterior.De repente, el crujir de los escalones alertó a ambos. Vittorino se tensó de inmediato. Su mirada se dirigió a la puerta con una mezcla de ansiedad y expectación. Amanda también se giró, pero su expresión era más de resignación. La puerta se abrió con suavidad, revelando a Santi. Su rostro serio no dejó dudas de su determinación.
—Me marcho —dijo el niño sin siquiera dirigirle una mirada a su padre—. No quiero que me detengan.
El silencio fue pesado y tenso. Vittorino sintió cómo su pecho se oprimía al ver la indiferencia de su hijo. Sin embargo, no dejó que su expresión reflejara su dolor. En lugar de eso, respiró hondo y, con calma, lanzó una pregunta que pilló desprevenido al niño.
–Podemos hablar, . . . figlio
-Santi tu papa, . . . vino para hablar contigo, papa viajo desde Napoles, para hablar