Sus ojos se posaron en mí y no disimuló, Rodolfo lo notó y desvío la atención de su hijo preguntándole por su estado.
—Me siento magnífico; es más, me aventuraría a declarar que renovado —le contestó.
—¡Vaya, eso es bueno escucharlo! —mencionó mi madrina llevándose la copa de vino a los labios —. Con lo que me contaron, yo juraba que hoy no te levantarías de la cama —agregó. En ese momento no pude evitar recordar la escena de aquella madrugada, de cómo lo vi arrodillado, gritando y atormentado; sinceramente, si no lo hubiese visto, no lo hubiera creído. El Adrián, que tenía al frente parecía diferente, podría jurar que hasta más vigoroso. Desvíe mis ojos hacia su muñeca, bajo el manto de aquella tempestad advertí cómo le sangraban, pero ahora, por desgracia, llevaba puesta una camisa de manga larga cubriendo sus muñecas. Por otro lado, la incomodidad de Elizabeth por mi presencia en la mesa era muy notoria, comía sin decir nada, parecía que quería terminar lo más pronto posible para ac