Estefanía.
Los labios me temblaban, no pude emitir palabra alguna para iniciar aquel cuestionario tan incómodo con Rosa.
—¿Pasa algo, niña Estefanía? —ella rompió el silencio al ver mi rostro lívido.
—Deseo preguntarte algunas cosas, pero no sé cómo empezar… me da una vergüenza tremenda. Ella me miró fijamente, logrando que mis mejillas se tiñeran de rosado; sentí el calor brotar de mis venas y encenderme hasta el punto de ruborizarme exageradamente. Mi actitud me dejó al descubierto bajo los ojos hábiles de Rosa, que de pronto estalló en carcajadas.
—¡Por favor Rosa has silencio, no quiero que alguien entre y nos descubra!
—No te preocupes, muchacha, ya casi todos duermen y el joven Adrián está encerrado en el despacho con su padre tomando whisky y jugando cartas. La bruja de Elizabeth se encerró desde temprano.
—Es bueno saberlo —sonreí.
—Dime: ¿qué es lo que quieres preguntarle a esta vieja?
—¡Quiero saberlo todo, Rosa! —declaré sin medirme.
—¿Saber todo sobre qué? —sus ojo