CAPÍTULO 5

ACANTILADO.

La atmósfera en el salón estaba cargada de anticipación mientras el Emir se encontraba en el centro de la atención de todos. Zahida, a pesar de sus propios temores y dilemas, no pudo evitar observar al hombre que cambiaría la vida de una de las mujeres allí presentes y su imponencia que no pasaba desapercibida.

Zahida notó como el Emir detuvo la música, y se levantó al centro, pero ella rápidamente giró hacia otra mesa en el extremo, donde estaba la reina, la madre de Samir que observaba a todos con una cara bastante larga.

Ella aún se mantenía muy cuidada y había muchas criadas a su alrededor. 

Zahida no escuchó mucho las palabras del rey, ahora sus ojos solo podían notar que la aguja, ya había llegado para marcar las nueve, y sus piernas temblaron.

—Como Emir de Omán, es mi deber y honor elegir a una mujer digna para acompañarme en mi reinado y sobre todo, traer más herederos a mi trono…

Tanto Samir como Adilá se observaron, y luego los aplausos inundaron el lugar, cuando el Emir extendió la mano hacia una de las mujeres.

Zahida vio la expresión de su rostro, el Emir no le dio su mano para que la tocara, sino para señalarla y ella supo que era la más hermosa de todas, incluso desde su distancia podía saber que ella era la mejor candidata, y la más espléndida.

—Prepárate… —la voz de Samir hizo que ella volviera a la realidad, y su respiración se agitó enseguida.

—Yo… necesito ir al baño…

—¿Qué? —Samir se giró con el rostro amargo—. ¿De qué estás hablando?

—Creo que voy a vomitarme aquí mismo… —El rostro de Samir se puso asquiento.

—Déjame ir, Samir… haré un espectáculo aquí si comienzo a vomitar… y tú quedarás mal…

—Vete… pero llega pronto.

Zahida se levantó de golpe, y caminó mirando cómo los guardias estaban por todas partes del salón, pero ninguno reparó en ella. Así que siguió la dirección del baño acordado, y se metió con rapidez, para cerrar la puerta detrás de ella.

Recostó su espalda, pero se apresuró a preguntar en un susurro.

—¿Laya?

Laya salió de un momento a otro, y asintió.

—¿Dónde está la ropa?

—Venga… la ayudaré…

—Debemos apresurarnos…

Los dedos de Zahida temblaban igual que las manos de Laya. Ambas trabajaron en silencio, y cuando estaba completamente vestida como una criada, ella se giró hacia los grandes espejos para negar.

—Debo lavarme la cara…

—Si…

Ella se echó el agua en la cara varias veces, restregando todo su maquillaje, y Laya sacó unos toallines para secarla.

—¿Qué pasará ahora?

—Sal… yo lo haré tras de ti…

—Luego buscaré esta ropa…

—Nadie debe encontrarla, Laya…

Laya asintió, y luego Zahida se acercó a ella conteniendo su garganta.

—Después que salga de aquí, no volveremos a decirnos una palabra, tú regresarás a tu lugar de trabajo, y yo… buscaré algún lugar…

—Mi señora… espero que encuentre paz…

Zahida no pudo aguantarlo cuando varias lágrimas se escurrieron de su rostro, y Laya bajó la cabeza.

—No puedo agradecerte lo suficiente por esto, has sido la mejor persona… —susurró Zahida, apretando la mano de su fiel criada.

—Mi señora, merece más que la esclavitud que vive aquí. Vaya y encuentre su libertad… que Alá la guarde, que Alá la proteja… —respondió Laya con ojos llenos de compasión.

—Que así sea…

Laya fue la primera en salir del baño, y Zahida supo que debía hacerlo enseguida también. Pero cuando salió del lugar, ni siquiera un par de ojos consideró mirarla.

Ella caminó a unos metros detrás de Laya, mientras se sintió demasiado extraña, recorrió pasillos enteros, y luego el gran patio del palacio, donde había guardias por cualquier parte, pero cuando giró, ya Laya no estaba por ninguna parte.

Zahida caminó en medio de la guardia, y notó que las grandes rejas y portones se abrían cuando un auto quiso ingresar, y a pasos apresurados, ella caminó casi corriendo, hasta que una fuerte voz le gritó.

—¿A dónde va? Se supone que es del servicio real… usted no puede salir sin un permiso… —Zahida se congeló en el sitio, pero no se giró, ya estaba fuera de las rejas, todo estaba muy iluminado, y frente a ella, no muy lejos se podía ver la costa, y sabía que había una enrome piedra, que llevaba a un acantilado.

Zahida estaba temblando entera, y luego ella se giró.

—Solo voy a respirar un poco… no me siento muy bien… —El guardia frunció el ceño, pero Zahida sabía que debía correr.

En cuestión de un segundo a otro, ella se giró, y comenzó a correr con fuerza.

—Espere… —Zahida escuchó el grito, pero ya era demasiado tarde, ya había atravesado las rejas, y corrió tan fuerte como pudo sabiendo que la seguiría, sin embargo, sus pies se detuvieron y su corazón palpitó tan fuerte cuando resbaló con pequeñas piedras, y se detuvo al ver el vacío que había de esa piedra a la costa.

Ella pasó un trago grueso, mientras sus ojos se nublaron, no iba a poder escapar, y todo iba a ser en vano hasta ahora.

Eso fueron sus pensamientos, hasta que lo escuchó.

—¡¡¡Zahida!!! —Su cuerpo se estremeció entero, y supo que era la voz de Samir.

Había una separación entre ellos, la carretera y esa enorme piedra de donde estaba, la guardia, al menos diez hombres se pusieron al lado de Samir, mientras él les ordenó.

—Tráiganla… —Zahida dio un paso atrás negando, observando como los guardias corrían hacia ella, y cerrando los ojos, ella no tuvo otra acción.

—Espero que hagas justicia, Alá…—Zahida se dejó caer al vacío, y lo último que escuchó, fue al mismo Samir gritar su nombre.

—¡¡¡Zahida!!!

Ella sintió un choque tremendo con el agua, pero sus pensamientos se entenebrecieron, y luego, ya no sintió más su cuerpo…

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