CAPÍTULO 4

EL EMIR.

Laya tuvo que pasar el trago.

Y no es que no amara a su ama, ella haría cualquier cosa por sacarla de este palacio, pero sabía perfectamente que Zahida apenas era una niña con muchos miedos, y sin nada de ayuda.

—Mi señora…

—No… de todas formas, voy a morir, y prefiero hacerlo escapando de este lugar.

Laya cerró la boca y la ayudó a levantarse para llevarla a la cama.

La desvistió en silencio y puso una bata larga en su cuerpo, para finalizar cepillando su cabello. Podía ver que habían pasado unos días de cuidado, pero Zahida estaba realmente débil, y ella tenía razón.

Si volvían a hacer otro de esos procedimientos, ella moriría sin duda alguna.

—Mañana, durante el evento del rey, será el mejor momento. Todos estarán ocupados, y la atención estará centrada en la elección de la tercera esposa. Nadie notará mi ausencia hasta que sea demasiado tarde… —susurró Zahida con determinación, mientras miraba fijamente a Laya.

Laya asintió con firmeza, mostrando su lealtad a la joven que había sufrido tanto. Había decidido unirse a Zahida en su escape, dispuesta a enfrentar cualquier consecuencia que pudiera surgir.

—Iré con usted…

Zahida detuvo su mano que la peinaba y negó.

—De ninguna manera… solo me ayudarás a salir, luego dirás que no sabes nada de mí, nunca te llevaría a correr peligros, podrían matarte si se enteran de que me ayudaste…

—Pero mi señora… usted está muy débil… ¿Cómo planea hacerlo? El palacio estará lleno de guardias y personas poderosas.

—Me iré sola de todas formas… solo ayúdame a salir.

Laya parpadeó lento y negó.

—¿Y qué puedo hacer?

Zahida miró fijamente a Laya, con un brillo de determinación en sus ojos.

—Debes buscarme algo de ropa, esconder mi cabello en estos velos y…

—Pero usted debe estar en esa presentación.

—Lo sé… por eso necesito tu ayuda… estarás en un lugar estratégico esperando por mí con las ropas, y me excusaré diciendo que debo ir al baño… puedo alegar que quiero vomitar, Samir me creerá enseguida…

Laya asintió, apenas susurraban en la habitación, pero Zahida sabía que estaba nerviosa.

—Mañana por la mañana, envía a alguien a que te diga que baño estará cerca de la elección, eso está en la otra ala, y solo… así conocerás el camino y pondremos una hora de encuentro… justo cuando el Emir elija, entonces yo me levantaré…

Las dos mujeres comenzaron a idear un plan meticuloso. Decidieron esperar hasta que el evento estuviera en pleno apogeo, cuando la atención de todos estuviera centrada en la ceremonia, y Laya terminó por retirarse, mientras Zahida solo miraba los grandes candelabros lujosos, y unas sábanas que nadie podría disfrutar, pero que eran mil veces más felices que ella.

Ella lloró toda la noche hasta que sus ojos no dieron para más, y a la mañana siguiente, los sirvientes la despertaron, anunciando que debía tomar su desayuno y suplementos.

Laya y ella solo compartían miradas mientras le daban un baño, y Samir, ni mucho menos Adilá aparecieron por su habitación ni pasillos.

Era evidente que el palacio estaba sumido en la celebración, y Zahida pudo ver por las ventanas que la guardia se multiplicó, y los autos de lujo, llegaban a todas horas.

En un momento de la tarde, Zahida se giró para evidenciar que traía un vestido para ella, y varias personas entraron a su habitación con el pretexto de que iban a arreglarla.

Laya se mantuvo muy cerca de ella, y cuando fueron las siete de la noche, entonces Samir entró a la habitación con un traje de gala militar.

Exactamente, era la apariencia que tenía el día de la boda y Zahida no dejó de mirarlo de pies a cabeza.

—En diez minutos, estaré en la sala de espera de esta ala… llega, estaré con Adilá, y de allí vamos al evento…

Zahida pasó un trago y luego asintió.

—¿En qué momento puedo venir de nuevo a mi habitación? No me he sentido muy bien…

—No lo sé… debes esperar…

Samir se retiró prontamente y ella soltó el aire, para mirar a Laya.

—Dime que tienes todo listo…

Ella asintió.

—Llevé la ropa… la puse en un lugar… a las nueve en punto entraré a ese baño, a esperarla…

Zahida asintió, y cuando se levantó, Laya se puso frente a ella.

—Trate de despejar la mente… tal vez…

—No… no hay vuelta atrás Laya… me iré…

Zahida caminó lentamente, pero a paso seguro y llegó a una gran sala que había entre los pasillos. Estaba rodeada de flores naturales, y una pequeña cascada artificial de agua.

No había nadie allí, y tuvo que esperar más de lo acordado cuando notó que Samir venía riendo con Adilá de la mano.

Ambos se pusieron serios al verla, y Zahida supo que se había escogido un mejor vestido para Adilá.

Ella estaba por comenzar a caminar, pero Adilá la frenó.

—Espera… recuérdalo Zahida… debes comportarte… —Zahida observó a Samir que le quitó la mirada, y apretó su agarre con Adilá.

—Se hará tarde… —dijo ella haciéndose la desentendida, mientras Adilá torció los ojos, literalmente adelantándose, y dejándola a ella caminar detrás.

Su corazón latía demasiado fuerte, estaba a solo horas de quedar en la nada, porque ni siquiera tenía un plan si salía del palacio, así que caminó perdida en sus pensamientos, hasta que un agarre la perturbó.

No supo en qué momento pasó el tiempo de la caminata, pero estaban en el salón principal del palacio Al-Alam, y ella casi saltó cuando la mano de Samir se enredó en la de ella.

—No te hagas muchas ilusiones, es solo protocolo… —Le susurró Samir cuando un hombre les dio la bienvenida como gente importante del palacio, pero Zahida no podía negar que su contacto de alguna forma la conmovía.

Parpadeó lentamente, amortiguando sus ojos nublados, y trató de dar su mejor cara, ya que la habían amenazado lo suficiente. Sin embargo, Adilá era el centro de atención entre los tres…

 Ellos fueron sentados en una mesa especial, muy cerca del rey, aunque él no había aparecido, y ya eran las ocho. Zahida observó mucha gente importante y rica, y se estremeció cuando la gente aplaudió ante la entrada de unas cinco mujeres, que eran extremadamente hermosas.

Ellas habían pasado por los rituales necesarios y meses de preparación para este día, y Zahida se quedó observando como una era más hermosa que la otra, hasta que el salón quedó en silencio cuando anunciaron la entrada del Emir.

Zahida había visto al Jeque en su boda solo cuando la tela de su vestido la dejaba entre ver, pero él había tenido un asunto importante y se había ausentado.

Lo único que sabía era que era un Emir joven aún de cuarenta años, pero cuando él entró en el momento, ella supo que definitivamente su presencia hacía tambalear a cualquiera.

El Emir estaba vestido de gala en un traje negro, su camiseta también era del mismo color, y tenía un pequeño escudo dorando en su pecho.

Sus cejas y cabello eran pobladas, era castaño más a rubio, y era mucho más alto y corpulento que Samir. Zahida podía jurar que mucho más guapo también.

La gente le hizo reverencia, incluso ella se reverenció ante su presencia, y el acto protocolar comenzó con algunas danzas, y música instrumental en vivo.

Zahida miraba cada rato el gran reloj, pero sus ojos siempre se volvían al rey, y luego a las mujeres que serían elegidas, preguntándose si alguna de ellas, tendría mucha más suerte que ella…

¿Sería el Emir un gran hombre, o tal vez era mucho peor que su hijo?

—Zahida… —ella parpadeó rápidamente mirando a Samir—. Prepárate, porque en cuanto mi padre anuncie su elegida, seremos los primeros en ir a saludarlo…

Zahida asintió lento, miró al Emir desde lejos de nuevo, sabiendo que ese episodio, nunca pasaría…

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