CAPITULO 15

Con el paso de los días, mi mente empezó a encontrar algo de paz. Alejandro cumplió su promesa: no me buscó, me dio mi espacio. La rutina del trabajo me mantenía ocupada, y aunque Susan intentaba hablar del tema, yo simplemente la evadía. Así transcurrían mis días, entre bisturís y pensamientos que prefería no enfrentar.

Una tarde cualquiera, mientras atendía en mi consulta, mi teléfono comenzó a sonar. De reojo vi que era un número desconocido. No le di importancia y seguí con mi labor. Más tarde, ya sola en el consultorio, tomé el celular y vi un mensaje de ese mismo número. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Sentí que los ataques de ansiedad estaban al acecho. Sabía quién debía ser.

Con manos temblorosas, decidí abrirlo. Era ella. Mi madre. Esa mujer que nunca se cansa de buscarme, aunque solo sea para herirme. Por un instante quise eliminar el mensaje sin leerlo, pero algo me detuvo. Lo abrí.

“Hija, sé que no quieres saber de mí, pero no puedes echarme de tu vida así. Llevas a
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