Amelia.
Fueron los cinco minutos más eternos de toda mi vida, y la efusión de Emily no me estaba ayudando para nada.
—Amelia, por favor… —ella me tomó la mano y se acercó mucho—. Bésalo… necesitas saber si…
—¡Cállate! —apreté duro, y luego giré un poco mi cabeza—. ¿El guardaespaldas está mirando?
—No… ahora mismo no…
—Espera que mire… y me avisas…
Ella asintió, y al minuto, me lo dijo.
—Está mirando ahora.
Entonces me levanté y le hice la mímica de que iba al baño.
Emily me sonrió, pero apretó los dientes.
—Demórate mucho, querida…
Mis mejillas se calentaron. Caminar no fue lo mismo esta vez, y sentía que las piernas me vibraban. Pasé un pasillo del café, y cuando tomé el pomo de la puerta, un brazo me haló, y me metió quién sabe dónde.
Era un cubículo lleno de trastes, apenas había una luz tenue, y la mano de Ares posó en mi boca.
—Solo escucharás… —mi pecho subía y bajaba notablemente, estábamos a pocos centímetros de distancia y el espacio era reducido.
Aún tenía que mirar hacia a