CAPÍTULO 4. DULCE AROMA A ROSA Y A LAVANDA

Cuando Matteo sintió los labios de Helena en los suyos, un leve gemido de sorpresa salió de su boca, lo cual ella aprovechó para tener acceso a su cavidad bucal, el hombre sintió como su corazón repiqueteó con mayor fuerza y una corriente fría lo recorrió de pies a cabeza, las sensaciones eran intensas, por unos segundos la dejó besarlo e incluso correspondió a su beso.

Helena se incendió, estaba excitada, se sentía emocionada al estar con el amor de su vida, comenzó a recorrer los músculos de su pecho, tratando de abrirle la camisa para acariciar directamente su piel, de hecho logró soltar varios botones y el deseo bulló dentro de ella con la poderosa fuerza de un volcán, añoraba sentirse suya otra vez, no le importaba si era un hombre casado, en su corazón él era suyo.

Las respiraciones de los dos se aceleraron, Matteo sentía el calor de las manos de la mujer en su cuerpo recorriéndolo, las emociones tanto tiempo frenadas, amenazaban con desbordarse, sobre todo porque ella se acercó más, restregándose como un animal en celo contra su masculinidad, aumentado más su excitación y haciendo que su corazón palpitara de manera frenética. 

Sin embargo, en ese momento en la bruma de la excitación de Matteo, un poco de cordura surgió, aparecieron los ojos grises de Gálata mirándolo con tristeza y de manera acusatoria y eso fue como una especie de balde de agua fría, espantando todo resquicio de deseo en él.

"No puedo hacerle esto a Gálata, es mi esposa, y yo…", se dijo en su interior, pero no era momento de continuar pensando en ella, si no de frenar esa locura. Tomó a Helena por las muñecas para apartar sus manos de su cuerpo.

—¡Detente Helena! —exclamó con voz gélida. Lo cual causó sorpresa en la mujer, quien en ese momento lo miraba con incredulidad y con una expresión interrogativa en sus ojos.

—¿Por qué Matteo? Si te sigo deseando como la primera vez y hace un momento acabo de comprobar que tú también me deseas, aún nos amamos, por favor dejémosno llevar —expuso la mujer, llevando sus manos a su sexo y acariciándolo por encima de la tela del pantalón, tratando de persuadirlo.

—¡Te dije que no Helena! —espetó con un rastro de enojo, luchando por controlarse—. El deseo es una necesidad fisiológica, no significa nada más, te lo dije, no estoy interesado en volver al pasado, lamento ese mar de confusiones que se generó entre nosotros, lamento mi impulsividad de ese momento en no escuchar tus razones y haber tomado decisiones precipitadas, sin embargo, ya no hay vuelta de hoja.

» Helena no puedes aparecer de repente, así hayan sido cualquiera las circunstancias ocurridas y pretender que haya estado en pausa durante siete años, solo esperando una explicación de tu parte y esperar que ahora tire mi vida por la borda —las palabras del hombre provocaron tristeza en ella y las lágrimas empezaron a escapar.

—No pretendo eso, tampoco tuve la culpa de lo sucedido—habló en un leve murmullo.

—Ni yo tampoco Helena —mencionó enjuagando sus lágrimas—. Y no soy un hombre solo, hace siete años me casé, tengo un hijo de tres años y actualmente mi esposa está embarazada y ella es una mujer buena, no pude haber encontrado a alguien más maravilloso y no se merece ser objeto de mi burla y mucho menos de mi engaño porque pretenda iniciar una aventura contigo a estas alturas.

Cuando Helena escuchó las palabras de Matteo, retrocedió como si le hubiesen propinado un fuerte golpe, sintió la ausencia de aire y se sostuvo de una pequeña mesa.

—¡Siete años! —exclamó, con doble impacto, uno saberlo casado, dos, que lo hizo casi al mismo tiempo de haber terminado con ella—. ¿Te casaste con ella justo cuando terminamos nuestra relación? —interrogó, aunque ya sabía la respuesta.

—Salí con ella unos días después de haber terminado mi relación contigo, me hice novio de ella a las dos semanas y en ese mismo tiempo le pedí matrimonio y nos casamos catorce días después —respondió con aparente indiferencia. 

—¿Salías con ella mientras aún estabas conmigo? —preguntó sintiéndose dolida y engañada por ese descubrimiento.

—No, tú me conoces, no soy ese tipo de hombre de empezar una relación sin haber terminado otra, cuando te dejé, ella fue mi refugio y decidí casarme, además siempre supe de su enamoramiento hacia mí, en silencio —respondió sintiéndose culpable, porque dicho así, usó  a Gálata, ese pensamiento le causó un profundo dolor.

—¿La usaste para olvidarme? —preguntó la mujer, más él se mantuvo sumido en sus pensamientos sin responderle —¿La amas? 

Esa pregunta provocó que su corazón saltara en su pecho, "¿La amo?" Se preguntó, no obstante, todo le parecía tan complejo, porque nunca se permitió sentir emociones, si antes del rompimiento con Helena era frío, con su partida se fue con ella la poca calidez que poseía.

Se puso a pensar, hasta que punto no se entregó por completo a Gálata, mientras ella se había dado toda, otra vez el remordimiento hizo su aparición, lo carcomía como si un torrente de agua fuera socavando con lentitud sus  cimientos.

—Helena, ahora nada de eso tiene importancia… lo que debe importante es que yo ya no estoy disponible… nuestro tiempo pasó y no hay vuelta de hoja, el pasado quedó tras de nosotros y no hay forma de hacerlo volver.

» Te amé y como no, si estuvimos tantos años juntos, amándonos, aún mi corazón late fuertemente por ti, pero la vida no nos permitió estar juntos, mas ahora no quiero fallarle a mi familia, los amo, son mi hogar y el lugar donde renuevo mis fuerzas y mis energías, el olor de ellos inunda mis sentidos, me dan una paz, la cual no encuentro en ninguna parte, por mucho que mis fuerzas fallen, con solo pensar en ellos se renuevan, así como la de las águilas.

Se levantó y caminó hacia la puerta y la abrió para alejarse, ella lo detuvo colocando una mano en su brazo.

—Te entiendo y de verdad deseo tu felicidad, aunque tengo dos peticiones para hacerte, no me las niegues, por favor —indicó en tono suplicante. Él dudó, pese a ello al final accedió.

—¿Dime cuáles son esas dos peticiones? —preguntó, mientras su corazón golpeaba con frenesí en su pecho, debía reconocer que ella no le era indiferente.

—¿Quién es ella? —interrogó la mujer con una mezcla de pesar, enojo, decepción.

—Gálata Ferrari —manifestó, mientras un suspiro surgía de su boca.

—¿Ella? —Matteo asintió con la cabeza—. Es la hermana de los gemelos. Si siempre te miró con admiración y yo no me ponía celosa, porque la veía muy niña para creerla capaz de competir conmigo… ironías de la vida —habló con una sonrisa sarcástica.

» Mi segunda petición es, dame un beso, solo uno, para guardarlo por siempre en mi corazón —quizás estaba siendo egoísta, pero necesitaba sentir sus labios por lo menos una vez más.  

Matteo la miró con sorpresa, por un momento la mente le quedó en blanco, sin embargo, al final accedió.

—Está bien —pronunció y acercó sus labios a ella y los posó en su boca, ella respondió con mayor ímpetu del debido, invadiendo de nuevo el interior de su boca y segundos después se apartó.

—Muchas gracias, si algún día Gálata decide dejarte, yo seguiré esperando por ti —lo abrazó una vez más y enseguida él se separó y salió corriendo, no quería ser tentado.

Helena lo vio marcharse, hasta tomar el ascensor, entró a la habitación, se dejó rodar por la puerta y lloró, como nunca. ¡Lo había perdido para siempre! Y aunque estaba segura que de insistir lo haría caer, no podía hacerlo, porque ella jamás sería capaz de construir su felicidad a costa de la tristeza de otra mujer, así haya llegado posterior a ella a su vida.

Su cuerpo se estremeció producto de sus sollozos, sentía tanto dolor, no sabía por qué su vida se volteó de repente, no supo del significado de la felicidad, durante esos siete años, se abrazó a sí misma, sintiendo lástima y tratando de darse aliento.

El teléfono celular comenzó a sonar de forma insistente, se levantó, se limpió las lágrimas, trató de calmarse y lo atendió, era su madre. 

—Helena hija, ¿Estás bien? ¿Lo encontraste? —interrogó su madre al otro lado de la línea. Ella volvió a sollozar.

—No mami, no estoy bien ¿Por qué no me dijiste que Matteo se casó con Gálata Ferrari? —cuestionó con dolor.

—Hija, te juro que no lo sabía, no sé si tu padre tenía esa información, de haberla tenido, nunca me la dio. Además, nosotros nos centramos en ti, tu padre al trabajo, además, desde Vipiteno a Roma hay muchos kilómetros de distancia, nosotros no estábamos pendientes, ni de redes, ni nada de eso, solo nos importaba tu mejoría. 

» Después cuando recuperaste la memoria, no quisiste saber, ni buscar nada de él hasta que estuviste bien.

—Lo siento mamá, el error ha sido mío, por creer en el inmenso amor de Matteo, en algún momento pensé que no sería capaz de continuar sin mí. Mañana mismo me regreso a Vipiteno —cortó la llamada, caminó a su habitación y comenzó a hacer las maletas, debía irse, ese ya no era su lugar. 

Sin embargo, cuando empezó a hacer la maleta el timbre sonó, ella frunció el ceño, preguntándose quién tocaría la puerta. Al abrirla, observó a ese hombre con una sonrisa guasónica, un sudor frío recorrió su espalda, no pudo evitar la sensación de desagrado.

—¿Qué haces tú en mi suite? ¡¿Cómo supiste que estaba aquí?! —expresó profundamente enojada.

*****

Matteo llegó a su casa, ni siquiera quiso pasar a la habitación matrimonial, se desvistió y se duchó en el baño del pasillo y cepilló sus dientes, entretanto no dejaba de pensar en su encuentro con Helena, era recurrente, se golpeó varias veces la frente con la pared sin importarle el dolor, estaba lleno de rabia hacia sí mismo. Se sentía como el más vil de los traidores y eso iba en contra de sus principios.

Cuando sintió que se había lavado lo suficiente, borrando de su cuerpo todo rastro de Helena, salió, fue a la habitación matrimonial y no la halló, por un instante sintió miedo como nunca, salió corriendo a la habitación del niño y allí la encontró dormida, sintió de nuevo su alma volver al cuerpo, fue a su dormitorio, se puso un bóxer, un short y regresó a la habitación.

Se sentó en un mueble al lado de la cama donde Gálata abrazaba a su hijo, posando su nariz en el pequeño cuello.

—¿Qué he hecho con mi vida? —preguntó en un murmullo.

No recordaba ningún momento, de esos casi siete años que fuese cálido, ¿Cuántas veces abrazaba o besaba a su hijo? Lo hacía mas no seguido ¿Y a su esposa? Solo durante el sexo, pero luego le daba la espalda, nunca le daba un gracias, o amanecía abrazado a ella, se acostumbró a la rutina, al punto de robotizarse sin darse cuenta. Ver a Helena lo hizo darse cuenta de eso, sobre todo cuando le dijo de su hijo perdido, aunque le dolió, no le fue posible manifestar sus sentimientos, se pasó la mano por la cabeza en un gesto de frustración.

¿Cuándo decidió rodear su corazón con esa armadura de hierro? Se dio cuenta de que fue un acto inconsciente. Pasó sentado en ese sillón por más de una hora, lamentándose de la persona en la cual se convirtió.

Se levantó, besó su hijo en la frente, después prestó su atención a Gálata, le apartó los cabellos del rostro, sintió ternura y su corazón se encogió en su pecho, al verla con una expresión de inocencia, sus ojos se aguaron, se sentía tan culpable por haberle negado tanto, la levantó y a pesar de su embarazo no tenía sobre peso, ella era perfecta. 

Cuando la llevaba a la habitación, un mechón de cabello se posó en su rostro e inhaló su aroma, dulce, una mezcla de rosa y lavanda, el cual siempre lograba calmar su ansiedad, tuvo la  impresión de que su esencia le llegó a su corazón, ella se giró y colocó su nariz en el pecho, sintió su piel erizarse y una especie de corriente eléctrica recorrerlo de pies a cabeza hasta alojarse en la parte baja de su vientre, dónde de inmediato, su hombría se irguió orgullosa. 

La acostó con cuidado en la cama y él lo hizo a un lado con una mano la sostuvo y con la otra acarició el vientre donde crecía su hijo, su cabello cayó en su pecho, su aroma suave, sexy y seductora hizo que su corazón pareciera, como si estuviesen trotando varios corceles desenfrenados. 

No pudo evitar, besar sus labios, probar de ese dulce sabor embriagador, juraba por Dios que a partir de ese momento iba a demostrarle su importancia, iba a descubrir sus sentimientos por ella y se los demostraría a cada momento.

Gálata entreabrió los ojos, creyó estar soñando, abrió los labios de manera provocativa, Matteo acercó su boca a los de ella, recorrió el borde de sus labios, sentía su corazón tan alocado, parecía a punto de salírsele por la boca, lo tenía palpitando casi en su garganta.

—Gálata, ¡Mi dulce Gálata! —exclamó casi sin aliento y enterró su lengua en el interior de su boca, explorando cada recóndito espacio de su interior, sintiendo como su cuerpo era arropado, por las gigantescas llamas de la pasión.

Se sentía eufórico, como nunca, no sabía lo que ocurrió en su interior ese día, pero sus emociones estaban a flor de piel, las cuales  no sabía cómo definirlo, aunque por los momentos no pensaría en eso, decidió, mientras continuaba recorriendo con lentitud cada centímetro de la piel de su esposa. 

«Suéñeme, que le conviene. Suéñeme que le va a gustar». Eduardo Galeano.

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