La luna se alzaba imponente sobre el bosque mientras yo permanecía inmóvil frente al espejo de mi habitación. Mis dedos recorrieron la cicatriz que cruzaba mi hombro izquierdo, un recordatorio permanente de mi primera lección en el exilio. Aquella noche, después de huir de la ceremonia, había vagado durante días hasta colapsar en territorio desconocido.

El reflejo me devolvió la imagen de una mujer que poco tenía que ver con aquella joven ingenua que una vez fui. Mis ojos, antes llenos de ilusión, ahora escondían secretos y promesas de venganza. Mi cuerpo, antes delicado como correspondía a una omega destinada a complacer, ahora era un arma forjada en el dolor.

—Las cicatrices son mapas —murmuré, repitiendo las palabras que Kaira, mi mentora, me había grabado a fuego en la mente—. Mapas que te recuerdan dónde has estado y por qué no debes volver.

***

_Cinco años atrás_

El frío calaba mis huesos mientras me arrastraba por el suelo del bosque. Llevaba tres días sin comer, huyendo de la