El dolor había terminado, pero el vacío que dejó atrás era más profundo que cualquier herida que hubiera experimentado. Me encontraba en el centro del círculo de los Despojados, sus rostros marcados por cicatrices que contaban historias de pérdidas similares a la mía. Habían accedido a realizar el ritual, pero el precio había sido más brutal de lo que imaginé.

—¿Estás segura? —había preguntado su líder, una mujer de mediana edad con ojos que habían visto demasiado—. Una vez que comience, no hay vuelta atrás. El poder Alfa Lunar no se puede restaurar.

—Háganlo —había respondido sin vacilar.

El proceso duró tres días completos. Tres días de agonía que superaron cualquier tortura que el Consejo me hubiera infligido. Era como si arrancaran pedazos de mi alma, uno por uno, mientras yo gritaba hasta perder la voz. El dolor era peor que cuando yo misma había despojado a otros de sus lobos internos, porque esto no era solo la pérdida de la bestia, sino la extinción de a