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Me arrodillé frente al cuerpo de mi madre durante lo que pudo haber sido horas o minutos—el tiempo había perdido todo significado coherente en este momento específico—mirando fijamente esos ojos plateados tan parecidos a los míos que era como mirar un espejo distorsionado que reflejaba solo la forma externa sin capturar nada de la esencia interna que hacía que una persona fuera realmente ella misma en lugar de simplemente una cáscara vacía con apariencia humana.

Ella respiraba con un ritmo mecánico y constante que indicaba que sus funciones corporales básicas continuaban operando en piloto automático sin necesidad de dirección consciente, su pecho subiendo y bajando con la regularidad inquietante de una máquina bien mantenida en lugar de un ser vivo que tomaba decisiones sobre cada inhalación.

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